Monday, December 23, 2013

El Mejor Libro del 2013 es del 2012


 Y es un libro homosexual. Si Néstor Barreto se hubiese dado cuenta de eso jamás hubiera dicho que “la obra de bruno soreno [alias juan carlos quiñones] comparte con la de yván silén . pepe liboy erba . francisco font acevedo . rafah acevedo . rafa franco steeves . pedro cabiya . javier ríos ávila . y otros el espacio narrativo más osado de la logosfera isleña y la mayoría de edad de nuestro pathos” porque se hubiera dado cuenta que era un sinsentido, por no decir un disparate, con todo respeto y sin querer ofender (como diría el mismo juan carlos quiñones, o como creo que lo oí decir varias veces el jueves pasado y hoy domingo que ya es lunes). ¿Cómo vas a decir que Bruno Soreno es un macharrán, aunque lo sea? Si este libro es de Clarice Lispector, no es de ningún macho.

En una obra de Tennessee Williams, un italiano tosco y corpulento se tatúa una rosa roja en el pecho en estado de embriaguez para enamorar a una mujer mayor. Este personaje se emborracha por amor.

Se tiene por cierto que Tennessee Williams era homosexual. (286)




Bruno Soreno es Juan Carlos Quiñones y yo soy el que suscribe. Todos los nombres el nombre es el mejor libro del año. Lo sé bien porque me costó un accidente, la copa de vino que salió volando en medio de la Librería La Tertulia después de la presentación del libro de Jossianna Arroyo sobre la masonería caribeña. Yo coloqué mi vaso de tinto sobre unos libros, fui a devolver el libro de Bruno Soreno, él se conmovió o se alteró (no lo vi, no tengo ojos en la espalda) and next thing you know el piso entero lleno de sangre de uva fermentada, con lo cual Jossianna creo que me da una mirada o tal vez me la dio después, o quizá antes. Nos dedicamos a recoger el efluvio y constatar la milagrosa salvación de la mercancía de la tienda: ¡nada mojado! Juan Carlos insiste en limpiar, pero yo soy el que busco las servilletas y recojo, dejándole lo último. Juan Carlos no sabe qué libro se ha presentado esa noche, tampoco tiene dinero para comprar un libro de filosofía que le interesa (¿de Deleuze?), pero tiene dos copias de Todos los nombres el nombre en su mochila y me puede vender una por algunos dólares menos de lo que cuesta en la tienda. Mi madre de ochenta y cinco años ya está lista para que yo busque el carro y la lleve de regreso a Miramar, de hecho, a una fiesta navideña en la calle La Paz. Yo no sé que estoy a punto de comprar el mejor libro del 2013, lo único que sé es que Silvia Álvarez Curbelo acaba de presentar Writing Secrecy in Caribbean Freemasonry y Lilliana Ramos Collado no llegó pero su reseña saldrá en El Nuevo Día en pocos días. Silvia Álvarez Curbelo habló e invocó espíritus, porque ella ató la masonería al espiritismo y a la política y hasta habló de Segundo Ruiz Belvis y de Ramón Emeterio Betances y de Eugenio María de Hostos y de Rosendo Matienzo Cintrón, pero yo lo que sé es que cuando miré hacia arriba hacia los anaqueles que teníamos a la izquierda, lo que yo veo es la mismísima cara de Eugenio. Claro, que yo pensaba que era la mismísima cara de Eugenio el marido de Yolanda, que estaba ahí sentado a unas filas detrás de mí. Y yo pensando, “Caramba, la verdad es que es increíble, ahí está Silvia invocando a los espíritus y hablando de mesa blanca, es más, hasta le pidió en broma a Alfredo Torres, el dueño de La Tertulia, que apagara las luces para que empezáramos el séance y mira, ahí está la mismísima cara de Eugenio”. Y después que se acaba la presentación y vamos a ver, precisamente es una foto de Eugenio Fernández Méndez de joven con una barba candado que ya tenía un parche de blanco y se parece en cantidad al marido de Yolanda. Y cuando voy a guardar el libro de Fernández Méndez (una de sus obras tempranas sobre los taínos) veo el libro sobre Hiram Bithorn y ¿cómo se llama el cuñado de Jossianna que está allí con su esposa? Pues Hiram Betances, por supuesto, por lo cual tuve que ir a enseñárselo a él y a su esposa Vanessa. Nada es casualidad. Eso se llama el método de la contigüidad: las conexiones que se logran cuando una cosa está cerca de otra, como el marido de Yolanda al libro de los taínos y el cuñado de Jossianna al libro del pelotero recordado por un estadio.

Y con eso nos vamos, yo con el libro de Juan Carlos que también se llama Bruno Soreno y cuando por fin llego a mi casa tras pasar por la fiestecita de Miramar en donde estuvieron mis colegas de juventud que se dicen a sí mismas “Las Magnolias”, ¿qué veo? Que el mejor libro del 2013 tiene toda una sección sobre Diamela Eltit, bueno, prácticamente un ensayo literario, pero en realidad Todos los nombres el nombre es muchas cosas, si comienza con todo un juego literario sobre Julio Cortázar y me pongo a seguir las instrucciones: que brinques a esta página, que leas tal nota, y entonces ves que te manda pa’trás, que es un círculo, e impactadísimo quedas de la coordinación tipográfica o editorial que le permitió atar el acertijo para que sigas cayendo. Cierto es que redunda en la teoría del lector macho y el lector hembra por lo cual tal vez Néstor Barreto no esté tan mal. Pero yo estudié con Diamela Eltit en Columbia University y en seguida me enamoro de un libro dedicado a ella. Claro está, eso creía yo, porque hoy (que en realidad ya es ayer) me entero que el libro es más de Luis Rafael Sánchez. Eso yo no lo había visto, pero hoy en la Librería Mágica (que yo le quería seguir diciendo La Ter, es decir, eso fue lo que empecé a escribir y después tuve que tachar cuando fui a dedicarle una copia de Abolición del pato a Lizza Fernanda que también es Luis Felipe Díaz) y ahí ella me dice: “Eso es bien simbólico” y yo en seguida pongo la mano sobre el corazón y la muevo hacia fuera y hacia dentro, nunca pensé que el corazón de La Tertulia latiera, que fuera precisamente un verbo. Porque en realidad lo que pasó fue que vi a Bruno Soreno que es Juan Carlos Quiñones a través del vidrio de la ventana, detrás de Éder que ya regresó de Barcelona, ya estábamos en La Mágica (nombre de por sí más que apropiado), don Arnaldo González y su esposa Reina y el escritor Luis Negrón organizaron un “In Store Navideño” y claro, como yo no soy del mercadeo pues yo no sé lo que quiere decir eso pero don Arnaldo me explica, básicamente eso quiere decir que tienes un evento en la tienda. Ellos convocaron como a treinta escritores para los días 21 y 22 de diciembre de 2013 y la verdad es que por ahí pasó muchísima gente, como bien ya dijo Marta Aponte Alsina en Facebook (aunque ella sólo fue el sábado). Y yo me enteré en realidad por las fotos de Yolanda Arroyo Pizarro, que también vi en Facebook. Hasta Mayra Santos-Febres y Eduardo Lalo y José Quiroga pasaron por ahí el sábado y el domingo ¿con quién conversé muchísimo? Pues con Carlos Vázquez Cruz y con Cindy Jiménez-Vera, que resulta que es la directora de la Biblioteca Nacional de Puerto Rico, además de ser tremenda poeta y maravillosa persona.

¿Pues qué es lo primero que le digo a Juan Carlos? Pues que me había encantado su libro y que lo más maravilloso era la sinergia entre la tipografía y el diseño del libro de Néstor Barreto (a quien yo adoro) y los textos. ¿Y qué me dice Juan Carlos? Que la portada es una pintura o un dibujo de una ex-novia que estudiaba derecho en Columbia y que armó la imagen de las hormigas que cargan un rompe cabeza con la cita de Luis Rafael Sánchez que estructura el libro.

Un pasaje de un libro de Luis Rafael Sánchez se acomoda entre otros dos y vertebra este libro. Ese el libro donde aparece dicho pasaje se llama La importancia de llamarse Daniel Santos. El epígrafe vertebra este libro tanto y tanto que me tomo la licencia de profanarlo y desecrarlo no una sino dos veces, la primera enumerando cada oración y comentándola al modo erudito de la nota al calce, contando esas líneas para nombrar el libro y para nombrarme. La segunda, mucho más atrevida y devastadora, recortando cada palabra de ese texto y remontando cada palabra al azar, improvisando al modo de los cut-ups de Burroughs. Acaso intentando hacer de mí un lugar donde Burroughs y Sánchez sean fantasmas el uno del otro… (287)

Lo de Luis Rafael Sánchez lleva a que uno hable de mil cosas que no tienen que ver con el libro (nada es casualidad) y creo que ahí mismo, o bueno, en realidad más tarde le empiezo a explicar a Lizza Fernanda que yo creo que sé quién fue el que le escribió una carta a mi universidad protestando contra el que yo hablara sobre la homosexualidad de Luis Rafael Sánchez en mi libro Queer Ricans y acusándome de una violación ética y yo creo que sé quien fue porque vino a hablarme de mi libro en Río de Janeiro antes que hubiera ni siquiera salido y esto es lo que yo dije:

The fact that Sánchez is a semicloseted gay author who is mulato in a country where the literary establishment has historically been rather racist and sexist (not to mention outwardly homophobic) is also of particular importance; critics have also analyzed the veiled and not-so-veiled mentions of homosexuality in his other works, particularly in his two novels, La guaracha del Macho Camacho and La importancia de llamarse Daniel Santos (The importance of being Daniel Santos), where the author clearly jokes about the fact that he is gay and in the closet.10 (Queer Ricans, 3)

Y si después tú vas a la nota número diez (como en Todos los nombres el nombre) pues ves que yo explico que yo no soy el primero que lo dice. Y la verdad es que estuvo bien que esa persona me acusara antes de que saliera mi libro porque pude expandir y explicar un poco más qué es eso de estar semi-enclosetado.

Y si tú abres el libro de Bruno Soreno, ¿qué vas a ver? Todo un ensayo sobre Luis Rafael Sánchez y Manuel Ramos Otero y menciones de Tennessee Williams y aclaraciones sobre las novias de Bruno Soreno y comentarios sobre si es o no es homosexual (como bien dije al principio de esta reseña) y comentarios sobre su alcoholismo.

Precisamente en la quinta parte, lo que sería el quinto libro, lo que se llama Autobiografía de Todos los nombres el nombre que es la parte de arriba de la página porque por debajo está Between Planes que es en inglés y de esa no es que yo estoy hablando. En esta parte es la que el narrador habla de vestirse de mujer para Halloween en 1999 y más tarde de ir a una discoteca (que yo me voy a inventar que era una discoteca gay porque yo me sospecho que era Krash o Eros o como se llamase en aquél entonces) y ver a Wico:

Un martes del año 1991, me hayo en una discoteca de Santurce casi desierta, y el hombre entra, incierto entre el humo dulce y los claroscuros que provocan las luces multicolores del tiovivo en que se convierte toda la discoteca ciertos martes por la noche, casi desierta. Él está bien vestido. Él se recuesta de una columna y mira o analiza y añora la situación de una única pareja que baila en la pista. Mi compañera de esos días, una estudiante de drama en esos días y amiga del alma hasta el día de hoy (me permito la licencia de escribir sobre su vida privada porque todo es pertinente y nada es casualidad) me agarra por el brazo, me aprieta y me dice al oído mientras inhala profundo el humo dulce en un mareo de devoción: “Ese es Luis Rafael Sánchez”, me susurra al oído, como si la música electrónica, amplificada, sincopada como el corazón de mil vivientes no fuera sordina suficiente para el secreto. Yo nunca percibí su rostro. (279)

Y eso que no he mencionado casi nada de Manuel Ramos Otero, que también aparece en los balcones de la Norzagaray. Bueno, él no se aparece, pero sus personajes sí.

Tampoco he hablado de la reescritura de United States of Banana de Giannina Braschi:

11 septiembre, 2001. Yo estaba dormido, borracho como un puerco, y me lo perdí. (289)

O de la afirmación más simple:

Se da por hecho sabido que yo soy homosexual. (291)

Y lo de la locura es claramente dos cosas a la vez, una tragedia para los que viven el día a día de la cotidianeidad, los que se preocupan y solidarizan, y una alucinación para el que viene de fuera y parece que estás en el reino de Alicia en el país de las maravillas, como ayer domingo cuando entra una escritora de Lares con su madre que padece de Alzheimer y la madre (a quien yo nunca he conocido, o al menos eso piensa la hija) me saluda y hace todo tipo de preguntas y se ríe y por supuesto, para la hija es un suplicio pero para mí el manicomio de la vida es una película de Buñuel, porque quién sabe si yo sí he conocido a esa señora alguna vez: yo estuve en Lares un día, tal vez esa señora tiene una memoria incontable y me recuerda de un día hace como veinte años atrás. La inocencia del niño y la irresponsabilidad del que no carga con el día a día abre la ventana del genio, de la belleza y la poesía y aparece el duende en el mismísimo seno del horror. Y por eso yo me río a las carcajadas con mi viejita divina de Lares y con Bruno Soreno que es Juan Carlos Quiñones. Y por eso es que Todos los nombres el nombre es lo que es.

(Texto escrito a petición de Néstor Barreto, que me dijo: “Escribe algo”. Claro, que en aquel momento yo no sabía que Guillermo Rebollo Gil y Melanie Pérez Ortiz ya habían dicho sendas cosas, ni que ya habían entrevistado a Bruno Soreno en Cruce. Pero lo que dije está bien.)


Firma: Lawrence La Fountain-Stokes, que también es Larry La Fountain y Lola von Miramar.

Hemos dicho.


No comments: