Thursday, October 31, 2013

Lourdes Vázquez le hace Solo Una Pregunta a Lola von Miramar

Solo Una Pregunta. Lourdes Vázquez.




¡Con cuidado! Delicadamente. Zurciendo. Remendando. Con hilo y aguja, comenzando por la letra e, seguida por la ese, la pe, la e de nuevo, la erre, la a, la ene, la zeta, la a. Como si fuera Catalina Parra cosiendo papeles de periódico, o Cecilia Vicuña tirando una madeja de lana, cruzando el cuarto, llenando el espacio de fibras de animales. Como si fuera cuestión de un imbunche, sacado de una novela de Donoso, cosiéndole las aperturas, para que queden bien selladitas y no se les salga nada: sus ojitos, la boca, la nariz, las orejas, el ano y el sexo. Como La Manuela en El lugar sin límites, arreglándose su traje rojo de sevillana para bailarle una canción a Pancho Vega antes de que la maten. Con un trajecito rojo que le favorece bastante, que se compró en Chicago. Arropada, es decir, bien vestida para el frío que ya empezó aquí por los nortes. No hay esperanza, o sí la hay. ¿Dónde está? Juega al escondite, como un verso de Julia de Burgos. ¿Esperanza de qué? Como la protagonista de La casa en Mango Street, pero ya grandecita, en Míchigan. Lola von Miramar se ríe mucho, se ríe tanto que a veces ni sabe quién es, pero entonces enseguida saca un poemario de la cartera, se pone a recitar versos, hurga un poco más, encuentra una lata de habichuelas Goya y un pote de adobo y hasta un pollo de plástico con el que hace sushi tropical. Declama una receta de cocina, se lamenta de la vida, cuenta una anécdota de un hombre terrible que le hizo sabe Dios cuántas barbaridades, se vuelve a reír. Invoca a Ramos Otero, escupe un verso de Lorca, se engasga con la mera idea de Gabriela Mistral pasada por Marina Arzola. Saca las maracas de la cartera—parece fondo infinito, pozo, cueva—rumbera se ha vuelto, como si fuera Myrta Silva pero en época de Internet. Ha encontrado la esperanza en la música, parece. Toca las congas, pone a bailar a dos muñecas, una andina y la otra guatemalteca. Habla con muñecas, ¡quién lo creería! Encuentra la esperanza en un triángulo mágico que va desde Puerto Rico hasta Cuzco y Centroamérica, evitando el de las Bermudas, como si no existiese. Invoca al Inca Garcilaso de la Vega, pero en realidad a quien invoca es a su madre, a la ñusta Isabel Chimpu Ocllo, la que le dijo todo, la que lo amamantó con su leche. Se la derrama, la limpia, pero ahora es de un hombre vestido de cuero negro. ¿Homogeneizada, pasteurizada, o condensada? Cambia de idioma, habla inglés, canta reggaetón. Invoca las musas de Orlando. Recita la palabra esperanza pero en jerigonza. Desarrolla una prueba y pone a todos los lectores a escoger la mejor contestación. ¿Fracasan? Abole la esclavitud. Se emancipa. Llora de nuevo. Se limpia el rostro con las lágrimas, se maquilla y sonríe. Aquí no hay patos. Aquí todos somos patos.

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