Tuesday, August 16, 2011
Esquina Periferia de Eduardo Alegría
Por Lawrence La Fountain-Stokes. Especial para En Rojo (publicado en Claridad en San Juan, Puerto Rico, 9-15 junio 2011).
Bienvenidos al extraño mundo de Esquina Periferia, maravilloso espectáculo de Eduardo Alegría que se presentó en el Teatro Coribantes de Hato Rey del 13 al 28 de mayo de 2011. El célebre performero, más conocido como cantante del grupo de rock Superaquello, y su talentosísimo elenco deleitaron a los miembros del público y sin dudas también desconcertaron a unos cuantos a quienes todo les pareció “bien raro” y demasiado experimental. Ese es el gran reto de hacer arte alternativo, arriesgado, diferente, que rompe la norma, agita y provoca.
La obra tiene dos partes. En el primer acto conocemos al trío FEOQUEDIGAMOS, en directo desde el Salón Bajo Las Estrellas, localizado en el lobby del bastante deteriorado Hotel Puercoespín; su principal fanático es Máximo (interpretado magistralmente por Yamil Collazo), quien nunca habla y anda con una pequeña luz fluorescente y extraños desechos de plástico atados a la cabeza. El trío musical lo componen la pequeña Eddie (la brillante Isel Rodríguez), la más parlanchina Bromelia Ginseng (Eduardo Alegría vestido con una falda larga de terciopelo color rojo vino) y la “oveja negra” (Harry Rag), quien toca la guitarra. Los acompaña Bimbo, “el de las galletitas” (Joel Rodríguez Vargas), quien maneja sonidos desde su computadora portátil. Eddie y Bromelia cantan siete temas, entrelazados con pequeños discursos y comentarios de Alegría quien nos va contando los detalles del local y luego sufre náuseas y hasta vómitos tras beber aceite de oliva, “el trago oficial del Hotel Puercoespín”. Las canciones incluyen el pegajoso tema “Un Cuarto Más Pequeño”, el brillante “El Bolero Embotellado” por Ivy Andino y Omar Silva y “Armando”, reescritura de la canción “Te Recuerdo Amanda” del célebre chileno Víctor Jara. En la versión de Alegría, Armando espera por su compañero y amante, el obrero Manuel, quien desaparece de la fábrica y perece en la sierra. Alegría y Rodríguez cantan valiéndose de una variedad de estilos musicales, incluyendo rock y armonizaciones más parecidas al bel canto. El primer acto de la obra concluye con la transformación de Alegría en mesero mientras encarna a Stevie Nicks y canta la frase “yo sirvo”, con todos los múltiples significados que esas dos palabras pueden tener.
El segundo acto de Esquina periferia se titula Bus Boy Love y trata sobre el tedio laboral y el romance entre dos meseros latinoamericanos, el mexicano Abelardo (Yamil Collazo) y el boricua Junior (Alegría), quienes trabajan con la rubia Heather (Isel Rodríguez) en el desolado LIMBO Latin Restaurant, localizado “en algún Nueva York de la mente”. (Vale recordar que Bus Boy Love se estrenó en 1997 en Performance Space 122 cuando Alegría todavía vivía en esa ciudad; como ha señalado Gilberto Blasini, gran parte de la obra temprana de Alegría explora la temática del inmigrante puertorriqueño gay en Nueva York.) A diferencia del acto anterior, en este predomina el baile al compás de temas de la agrupación chilena Los Ángeles Negros. También aparecen dos figuras misteriosas, las increíbles Viveca Vázquez y Teresa Hernández (los ángeles negros de la pieza), quienes intervienen de maneras extrañas, interaccionando eróticamente entre ellas mismas y los varones. Aquí, Abelardo es el que provoca emociones profundas en Junior; apenas logran hablarse a pesar de que ambos son bilingües. Más común es que se espíen o crucen por casualidad durante sus descansos, fumando cigarrillos fuera del restaurante. Son las miradas las que delatan sus pasiones y acompañan patatús y ataques de nervios llenos de extraordinarias contorsiones, brincos, lamentos guturales y hasta lágrimas. El reducido diálogo apenas nos da las claves básicas para entender que se trata de inmigrantes de distintas nacionalidades, ambos desubicados en Nueva York; el trauma físico que presenciamos (el devenir o convertirse en animal, sin lenguaje) nos habla de las limitaciones de las palabras y de la intensidad de la represión sexual en este espacio ajeno. Afortunadamente, los dos logran superar sus inhibiciones y presenciamos el desarrollo y la disolución de su relación amorosa, una marcada tanto por la ternura como por el sexo y la violencia.
Alegría trabaja el cruce entre lo opaco y lo tangible, donde la simpleza de ciertos gestos (por ejemplo, la muy transparente gestualidad de Abelardo al cruzar la frontera entre México y Estados Unidos) se mezcla con letras de canciones que no tienen mucho sentido o inclusive, con la pérdida de la palabra y la gestualidad a veces aterradora, otras hilarante de figuras mágicas como aquellas representadas por Vázquez y Hernández. La puertorriqueñidad aquí es un sabroso e irónico fracaso liberador (como apunta Miguel Rodríguez-Casellas), entrecruzado tanto por lo latinoamericano como por lo estadounidense. Alegría apela a los sentimientos más intensos y a las emociones más desgarradoras en un cruce de la tragicomedia personal y nacional. La obra es a su vez, como ha señalado Bernat Tort, profundamente queer, pues lleva el acto del travestismo y la pasión homosexual (tanto de hombres como mujeres) a extremos de lo indecible e impronunciable, es decir, al mismísimo meollo de la existencia humana.
El autor es profesor asociado en la Universidad de Michigan, Ann Arbor.
Enlaces adicionales
* Sylvia Bofill, "Cuando el silencio suena", Diálogo Digital, 15 agosto 2011.
* Lawrence La Fountain-Stokes, "Translocas: Migración, homosexualidad y travestismo en el performance puertorriqueño reciente", e-misférica 8.1 (2011).
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